Destruído.
Pero destruído como nunca.
Lectores imaginarios y futuras versiones de Moro: no puedo dimensionar lo mal que la estuve pasando las últimas semanas. Y recién ahora proceso el agravante de que estamos cerrando el año. Cerrando "sin cierre" de alguna manera (no closure). Un año que ya parecía terminado (promediando Octubre) y que supo sorprender con algo cuasi-milagroso, trayendo una realidad disfrazada de tristeza, disfrazada de ilusión, disfrazada de promesa.
Y es que en ocasiones anteriores, yo me autopercibía "incompleto". Irresuelto. Algún antónimo de preparado. Como si, por un motivo u otro, nunca estaba listo para el gol. Por no tener registro, por no estar mudado, por no estar en forma, por no tener experiencia, por, por, por... Y esta vez, finalmente, que me siento (o sentía) listo confié y aposté todo. Dejé alma y vida por esa ilusión. Creí. Y me fallaron. O me fallaron mis cálculos. O capaz no estaba tan preparado como creía. Hasta hace un tiempo atrás siempre encontraba un justificante en mí, algo que faltaba, que todavía no estaba ajustado del todo y así fui poniéndome "a punto", para que no se me escurriera entre los dedos la próxima oportunidad. Pero volvió a pasar, y ahora no tengo a qué adjudicarlo. Estaba en mi mejor momento, completamente preparado, con ganas, predispuesto, decidido.
Entiendo que escapa de mis manos y probablemente sea eso lo que me destruye: el hecho de que haya cosas que no puedo controlar. Quizás sea esa la tuerca que tengo que ajustar ahora, la tuerca de "aprender a manejar la frustración".
Soy como el capitán de un barco: yo decido a dónde ir y por dónde navegar, pero no puedo controlar la marea ni las olas que te sacuden. Eso ya no depende de mí, la concha bien la lora.
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