20 de diciembre de 2021

Sinfonía Nº 1

El primer movimiento, una maravilla. Efímero pero magnífico. Una melodía de ensueño a un ritmo frenético, que por momentos se convertía en una fuga a dos voces que se superponían enérgicas dando matices luminosos. No quería que terminara pero las sinfonías son así. 

La transición hacia el segundo movimiento fue completamente inesperada y repentina. Introdujo acordes menores y disonancias incómodas que planteaban ciertos interrogantes a la melodía perfecta de la obertura. Acordes disminuidos in-crescendo que suplicaban resolver de una manera u otra, mientras la melodía original se atenuaba poco a poco.

Ahora, y desde hace rato, suena el tercer movimiento. Denota un sentimiento agónico mezclado con nostalgia y unas breves notas de esperanza que modulan en ilusión. Ciertamente, una de las partituras más tristes que escuché. Hace semanas que vivo en un ostinato con fade-out que amaga continuamente con apagarse pero una coda lo obliga a repetirse incansablemente una y otra vez. Y mis días alternan entre séptimas de dominante y silencios de compás: tensiones injustificadas y vacíos a la espera de algo completamente incierto. 

Por momentos la melodía es una reminiscencia de obras anteriores, de esas que se van resignificando en nuevos nombres. Como esas líricas a las que nunca les encontré significado hasta ahora. A veces creo escuchar una contramelodía muy tenue que sugiere nuevos rumbos y quiere hacer fade-in pero después de unos compases se desdibuja en la armonía disonante. 

El ritmo de mi corazón? A 7/8, como el inverno de Vivaldi interpretado por Richter. Empujando constantemente hacia adelante como una arritmia cardíaca que te mantiene en vilo, expectante por resolver una tensión que nunca descansa en la tónica. 

Y yo sigo acá, pegado a la butaca asumiendo que la sinfonía todavía no terminó, convencido de que falta el cuarto movimiento. Un final que resuelva esta estructura narrativa tan experimental como melancólica. Ilusionado de volver a escuchar las melodías alegres del inicio y que la obra termine como empezó: con esas dos voces persiguiéndose en bucle mientras empiezan a escucharse los aplausos. 

8 de diciembre de 2021

Bandersnatch Love

Si pudiera elegir los finales, todo sería mejor. Porque directamente no optaría por finales, simplemente hubiese dejado que las cosas sigan su curso. Si dependía de mí, no le hubiese puesto final al enamoramiento infantil que tenía con Ariana a los 7 años, y hoy (pisando los 30) probablemente estaríamos conviviendo, pensando en casamiento, hijos y perros.

Pero uno no decide cuando se terminan las cosas, ni mucho menos cómo se terminan. Aparentemente soy como un lector de "Elige tu propia aventura", que va leyendo lo que le toca en base a decisiones que parecen intrascendentes y que todas desembocan en algún final. Diferentes finales, pero finales al fin. En 7º grado, volvía unas páginas atrás y "cambiaba mi decisión" para chusmear como eran los otros finales. Me acuerdo que muchas veces eran más de lo mismo, como si esa suerte de "control" sobre el flujo de la historia no fuera mas que una ilusión montada para engañar a un nene de 12 años.

Y capaz que el libre albedrío es lo mismo, no? Forrest al final de la peli dice que quizás somos como una pluma flotando en la brisa pero que nuestro destino continúa invariable. Siempre me gustó pensar que tiene razón. 

A mi hoy me toca este final. Final abierto tal vez (cómo me cuesta aceptarlo!). Y no puedo parar de pensar en si las decisiones que tomé hubieran sido diferentes, el final habría sido otro. Más feliz tal vez, o feliz y punto. O más prematuro y por ende menos doloroso. O (volviendo al principio) que no tuviera final y perdure en el tiempo, como anhelo hoy. 


Que sea sólo una pausa dramática.

6 de diciembre de 2021

Donde tai

 Destruído.

Pero destruído como nunca.


Lectores imaginarios y futuras versiones de Moro: no puedo dimensionar lo mal que la estuve pasando las últimas semanas. Y recién ahora proceso el agravante de que estamos cerrando el año. Cerrando "sin cierre" de alguna manera (no closure). Un año que ya parecía terminado (promediando Octubre) y que supo sorprender con algo cuasi-milagroso, trayendo una realidad disfrazada de tristeza, disfrazada de ilusión, disfrazada de promesa. 

Y es que en ocasiones anteriores, yo me autopercibía "incompleto". Irresuelto. Algún antónimo de preparado. Como si, por un motivo u otro, nunca estaba listo para el gol. Por no tener registro, por no estar mudado, por no estar en forma, por no tener experiencia, por, por, por... Y esta vez, finalmente, que me siento (o sentía) listo confié y aposté todo. Dejé alma y vida por esa ilusión. Creí. Y me fallaron. O me fallaron mis cálculos. O capaz no estaba tan preparado como creía. Hasta hace un tiempo atrás siempre encontraba un justificante en mí, algo que faltaba, que todavía no estaba ajustado del todo y así fui poniéndome "a punto", para que no se me escurriera entre los dedos la próxima oportunidad. Pero volvió a pasar, y ahora no tengo a qué adjudicarlo. Estaba en mi mejor momento, completamente preparado, con ganas, predispuesto, decidido.

Entiendo que escapa de mis manos y probablemente sea eso lo que me destruye: el hecho de que haya cosas que no puedo controlar. Quizás sea esa la tuerca que tengo que ajustar ahora, la tuerca de "aprender a manejar la frustración". 

Soy como el capitán de un barco: yo decido a dónde ir y por dónde navegar, pero no puedo controlar la marea ni las olas que te sacuden. Eso ya no depende de mí, la concha bien la lora.