Di con una foto tuya a la pasada, y tuve que dejar de scrollear y volver un poquito para arriba. Tenía que acomodar la imagen en mi cabeza porque tu foto estaba al revés. Supongo que sonreí cuando asimilé la imagen, la verdad es que no lo recuerdo, pero ahí estabas. Vos.
Boca arriba en una hamaca paraguaya, esbozando una sonrisa traviesa, como si supieras que tuve que dar vuelta el celular para mirarte mejor. Tenés el pelo más corto, más oscuro tal vez, la piel más clara que antes (como si fuera posible). También te noto más flaca, aunque más voluptuosa, y ya no aparentas menos edad de la que tenés. Algunos rasgos avisan que pasamos los 20 hace rato, pero no por eso perdimos encanto. Cambiaron muchas cosas. Cambiaste en muchas cosas.
Pero descubrí algo en tu mirada que me remitió a épocas pasadas. Algo ahí, en tus ojos, una especie de cachetada del pasado, que me metió recuerdos en la cabeza e imágenes en la retina. Imágenes tuyas, de hace años, que quedaron por ahí. De cuando íbamos al colegio, de cuando te teñías el pelo, de cuando escuchábamos Reyes de la noche por primera vez, de los viajes en el 326, de cuando The Killers era la banda de moda...
Y entendí que los ojos no cambian. Que son una constante desde el primer día en cada recuerdo que tengo de vos. Y que por eso me trajeron esta dosis de pasado. Entendí que verte a los ojos hoy, es igual que ver a los ojos a la piba que conocí con 15 años. Que pueden pasar millones de cosas, millones de personas y millones de años, pero cada vez que te mire a los ojos voy a volver a tener 15, voy a volver a Villa Bosch, voy a volver a enamorarme.
29 de enero de 2017
Los ojos no cambian
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